No odio el frío. No soy uno de esos fundamentalistas del clima. Quizá solo prefiera el verano. Sí, el verano con sus remeras de manga corta, musculosas y shorts con bolsillos diminutos, minúsculos. Lo prefiero aun con esos bolsillos inútiles, incapaces de guardar cualquier otra cosa que no sea una o dos monedas. Monedas que quedan sepultadas en el fondo porque la ínfima cavidad no permite más que un dedo, quizá dos. Esos shorts son ideales: frescos, ridículos y sin ninguna sorpresa adentro, sol esas monedas que se perdieron y nada más. Son pantalones completamente inútiles. Pantalones de verano. Y lo prefiero así, de verano. Lo prefiero al invierno con sus jeans, bufandas y sobre todo a sus camperas con bolsillos enormes. Bolsillos donde entra de todo: celular, billetera, mi mano y, aun así, hay espacio. Siempre parecen gigantes, vacíos y fríos. Siempre hay lugar y no importa todo lo que le meta, nunca, pero nunca, se llenan. Y como son tan absurdamente grandes, puede aparecer cualquier cosa, quizá hasta ridícula, como dos monedas de vuelto(ahora alcanzables), o un ticket de un bar, o algo bonito, como un posa vasos(del mismo bar), alguna servilleta con algún dibujo tuyo mientras yo estaba en el baño(del mismo bar), o tu mano que aparece de golpe sin pedir permiso, que pasa ignorando mis monedas, fingiendo que no tocó ese pañuelo y que de golpe achica el bolsillo con el solo entrar en contacto con mi mano y sentir que no hay invierno porque te siento adentro mío. Así que no, no señor, a mi déjenme en shorts. En verano nadie se acerca. Hace calor. Nadie te toca, aun pidiendo permiso. Nadie. Mucho menos vos.
Para escuchar el texto:
Este mismo texto fue usado por mi hermano Juan Pi para componer esta linda musiquita: