Esto es una grabación. Es como un mensaje de voz de WhatsApp, pero en el walkman que me regaló papá. Es grande y gris, tiene una hilera de botones negros, salvo uno que es rojo. Cuando lo aprieto, todo lo que digo queda grabado en el casete que tiene adentro, como ahora.
Papá me pidió que no lo lleve al colegio. En la escuela ya me retaron varias veces por ir con mis orejeras. La directora me dijo que me las iba a sacar si me las veía devuelta porque al colegio se va a escuchar. Hoy me hubiera gustado tenerlas en clase.
Oí a alguien cortar el pasto, otra vez. Por momentos sonaba tan fuerte que no entendía como los demás podían escuchar la clase. Le pregunté a Tiago si no le molestaba, pero la maestra me retó y me invitó a esperar afuera si seguía hablando. Intenté concentrarme, pero el ruido aumentó tanto que no entendí por qué el área del triángulo tenía que ver con su altura.
El motor paró recién cuando sonó el timbre del recreo. Me quedó doliendo la cabeza. La sentía latir. En el patio los chicos gritaban mientras jugaban a la mancha. Caminé para la otra punta contando las baldosas. Sin darme cuenta pase cerca de algunas chicas. Al verme, se alejaron del tacho de basura que rodeaban. Adentro encontré la cartuchera de Pilar.
Entré al aula y la dejé en su pupitre. Pilar tenía los ojos goteando. La maestra me preguntó por qué se la había sacado y otras cosas que no oí. Le dije que me costaba entenderla porque estaban cortando el pasto y me advirtió que no me pasara de vivo, que no había pasto cerca, ni siquiera en el cantero de la calle.
En casa, mamá me dejó la chocolatada servida y me dijo que no puedo ir por ahí agarrando las cosas de los demás. Le intenté explicar, pero se fue al baño repitiendo que no puedo seguir así. Se encerró. Aproveché para ir a buscar mis orejeras. A pesar de tenerlas puestas, tomé la leche con cuidado. Muchas veces me quemo porque el motor suena de golpe y suelto la taza del susto. El día que rompí la última de cerámica, me compraron taza y cubiertos de plástico. No me molesta la taza, pero los cubiertos me hacen sentir un bebé.
Por suerte, papá me cree y piensa que en verdad escuchó la cortadora de pasto por más que vivamos en el quinto. Por eso me regaló el walkman, para que apreté el REC cada vez que la escuche. Me dijo que él recién había podido tener un walkman cuando cumplió veinte años. Le pregunté porque no tenía uno todavía. Me explicó que casi no existen, son muy pocos. La gente prefiere los celulares, tienen muchas funciones; son más útiles. Pero que no me preocupe, la grabadora funciona muy bien, capta mejor los sonidos porque es muy sensible, como yo.
Para escuchar el cuento: