Las resoluciones de fin de año están condenadas a fracasar. No soy un pesimista, todo lo contrario, pero la realidad que se nos presenta en estas fechas es tan cruda que ni el mejor mitómano puede taparla.
Apoyo las resoluciones de fin de año, personalmente nunca las hago, pero las aplaudo, me parecen un gran incentivo para el cambio que se busca. Aplaudo la proyección de nuevos planes, los balances y toda la parafernalia que se cosecha a fin de año después de meses cultivando vaivenes e inconstancias.
Repito, me parecen más que bien, mientras más ambiciosas mejor diría Alejandro Magno. Pero…. Sí, hay un pero, más bien un perito, un pero chiquito chiquito. Tan diminuto que suele escaparse a nuestra conciencia, pero está. Es como esas costumbres tan enraizadas que no nos damos cuenta que están. Pero esta costumbre es la dura y azucarada piedra de tropiezo de cada fin de año: el turrón.
Los hay en varias versiones: blanco (inspirado en la dureza del mármol), caramelo cristalizado (digno recordatorio del porque no se debe masticar vidrio), y otras pastas fatídicas, todas ellas con maní o almendras.
No hay mesa de año nuevo que se libre de su presencia. Frente a él, no hay años de experiencia que valgan; desde el más niño al más abuelo, todos tropezamos con la misma piedra. Si no es directamente, es por omisión al no sugerir que este año nadie lleve el intruso a la reunión.
Su presencia en la mesa es la inconsciente aceptación de que nada cambió y nada cambiará. Ese aberrante pisapapeles endulzado es la viva representación del status cuo.
Cada año aparece ahí, impoluto, nos mira, nos desafía, y por más que lo miremos fijamente perjurando no caer, basta la distracción de una conversación con el tío para que nos llevemos ese rompedientes a la boca.
Si no podemos evitar la presencia de ese cascote con maní tan solo un día al año. ¿Qué esperanza hay para la tía Carlota con su promesa de empezar la dieta en enero? ¿Qué será de las promesas de Juan sobre arrancar, y mantener, el gimnasio?
Estamos condenados. Al menos hasta que decidamos cambiar. Empecemos con un pequeño paso, este año no comamos turrón. Aunque.. ya es muy tarde, mejor a partir del año próximo.
¡Feliz año nuevo!
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