
Conocí el cielo, estuve innumerables veces ahí cuando era chico. Bastaba que suba un poco la temperatura para que mamá sugiriera visitarlo en pos de conseguir esa bocha helada de frutilla a la crema. O un espeso chocolate con almendras cuando había que hacerle frente al el frío. A esa edad pensaba que las heladerías eran el cielo o al menos el cielo de las comidas. En ese mítico lugar se gestaba la alquimia necesaria para elevar a otro nivel delicias como brownies y chocolates. Era tanto el esplendor de ese frío paraíso que hasta lograba lo que ninguna madre en la historia alcanzó: que sus hijos consideren la fruta un postre. Parecía que solo cosas ricas y buenos momentos podían salir de ahí.
Hoy sigo amando el helado (¿quién no?), pero ya no comparto la idea del edén atendido por un señor con delantal blanco y cucharón. Algo cambió. Algo corrompió ese paraíso. El culpable está bien claro. Tres palabras que nunca debieron juntarse: Crema del Cielo.
Creo firmemente que la crema del cielo está degenerando a la humanidad.
Podemos apreciarlo con solo entrar en una heladería. Antes de que agreguen esa crema celeste contra natura al menú, podíamos disfrutar un helado en las mesas del lugar y alegrarnos al ver todo el jolgorio que este manjar generaba. La actual escena que se sirve en las heladerías es un desfile de niños desilusionados con su mazacote celeste y padres fastidiados de tener que rendir explicaciones a sus hijos. Frente a este cuadro solo podemos sentirnos asombrados del alcance que tiene la perversión humana.
El chocolate es marrón, la frutilla roja, la leche blanca. El cielo… celeste. Alcanza con ver ese color irreal para darse cuenta que solo un monstruo como el marketing puede estar detrás. No hay nada comestible color celeste en toda la redondez de la tierra. Si oficiara de abogado del diablo podría objetar que el nombre no alude a un gusto de cielo literal, más bien a un sentido figurado, a un sabor celestial o glorioso. Pero todos sabemos que esa crema insulsa está muy lejos de tener relación con algo divino.
Este vil engaño saca a relucir lo peor del género humano. Lo digo en serio. Pensemos en la impunidad que esta crema les dio a los heladeros. Fue la patada inicial de una ola de crímenes de lesa humanidad: después vinieron los cucuruchos acartonados, las cucharas microscópicas, y por último las supuestas servilletas completamente impermeables, el anticristo de la pulcritud. Puro escarnio a la clientela.
Podría parecer exagerado, pero si el dueño del emporio congelado miente en algo tan pequeño como el nombre de la crema del cielo, ¿cómo podríamos fiarnos de todo lo demás?
Contra este mal chiste que llegó demasiado lejos, solo queda unirnos como clientela planetaria y exigir su destitución inmediata de la cartelera. Solo así volverá a reinar la alegría en la cara de los niños dentro de las heladerías. Nuevamente brillarán los verdaderos gustos. La confianza cliente-heladero podrá ser reparada. En cuanto a los potes restantes de este degenerador humano, debería venderse bajo un nombre legítimo. Un nombre acorde a todo el desencanto que genera: Crema Mundana.
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